Los últimos desarrollos urbanísticos han puesto de manifiesto una vez más el modelo de ciudad obsoleto basado en el asfalto, el cemento y la revalorización de terrenos que el Ayuntamiento de Sant Joan tiene como bandera y que poco tiene que ver con la sostenibilidad y el respeto por nuestro entorno y nuestro patrimonio.
Una configuración del territorio que, después de más de medio siglo, seguimos manteniendo y que se impuso a base de anestesiar a los ciudadanos para que aceptaran que la ciudad ya no les pertenecía. Con la excusa del progreso, nos convencieron de que el espacio público ya no era para la convivencia, los juegos, las relaciones… sino simples zonas de paso para comprar, consumir o estacionar. Así es como el vehículo privado y las actividades privadas han ido expulsando la vida social en comunidad hasta reducirla a pequeños espacios bajo las fachadas de los edificios.
La transformación progresiva de la ciudad para adaptarla a los coches ha tenido consecuencias nefastas, más aún cuando lo deseable hubiese sido el proceso contrario, es decir, adaptar los coches a la ciudad. Ahora lo que tenemos es un municipio extremadamente congestionado con una densidad de población en aumento (actualmente, 2.527,61 habs/Km2) en el que se intenta poner parches a base de ampliar artificialmente el sistema circulatorio enfermo: más asfalto, más rondas, más carriles de acceso… agravando todavía más la situación.
En pleno 2022, todavía presenciamos cómo el desarrollo urbanístico de Sant Joan sigue repitiendo este modelo desfasado que incrementa el polvo, los humos, el ruido y la suciedad, generando perjuicios a la población y que atenta contra la salud de sus habitantes. Ejemplos como el nuevo aparcamiento del polideportivo, la reiterada negativa a peatonalizar calles, la falta de alcorques en el casco urbano, la poca inversión en zonas verdes o la tala indiscriminada de árboles en calles agonizantes por la falta de sombra y oxigenación del ambiente, son algunos de los que han caracterizado en los últimos años la gestión del equipo de gobierno.
Esto es algo que sorprende, teniendo en cuenta que debemos caminar hacia núcleos poblacionales más verdes, pues el arbolado reduce las temperaturas, protege de las radiaciones solares, mejora la calidad del aire, mitiga la contaminación atmosférica y tiene un impacto positivo en la salud humana.
En este sentido, el informe de Greenpeace “Reverdecer las ciudades” del año 2021 anima a seguir la regla del 3-30-300, de forma que cada persona pueda ver al menos 3 árboles desde su casa, tener 30% de cobertura vegetal en su barrio, y estar a 300 metros de un parque o zona verde.
Otros estudios también han demostrado que los espacios verdes y elementos naturales tienen múltiples beneficios para la salud de las personas, que van desde efectos positivos en la memoria y en la salud mental, y que ayudan a reducir los tiempos de recuperación después de procedimientos quirúrgicos.
Es por este motivo que la OMS recomienda el acceso universal a los espacios verdes: debe haber un espacio verde de al menos 5000m2 a una distancia en línea recta de no más de 300 metros de cada domicilio. Porque recordemos que el calor genera impactos negativos sobre la salud, y los árboles, a través de la sombra y la transpiración, pueden reducir el calor ambiental hasta en 5 grados o más. Asimismo, las zonas verdes urbanas ayudan a mitigar la magnitud y frecuencia de las inundaciones gracias a su suelo permeable, en contraposición al asfalto de las calles, que reducen la capacidad para absorber agua y retenerla.
Otro de los aspectos fundamentales es que el arbolado urbano ayuda a reducir el uso de aparatos eléctricos para la calefacción y refrigeración de las zonas, algo fundamental en un contexto en el que la crisis energética supone un reto para la economía familiar y para la supervivencia del planeta.
La implementación de estas políticas permitirían a santjoaners y santjoaneres disponer de zonas más agradables y amables para las personas, haciendo que incluso aumenten el valor de las propiedades de su entorno. Sin embargo, el Ayuntamiento parece no tener voluntad de hacer de Sant Joan un municipio más sostenible.
Esta inercia no es irreversible. Al contrario, estamos viendo cómo la ciudadanía cada vez se preocupa más y más por el estado del espacio público, la movilidad urbana y cómo todo ello afecta a su salud. Es necesario un cambio de paradigma, pero más imprescindible es construir este nuevo Sant Joan con el apoyo de todas y todos.
No podemos detenernos bajo el argumento de que no hay espacio, porque si somos capaces de eliminar zonas de cultivo o expropiar terrenos y viviendas para construir carreteras para el vehículo privado (recordemos la destrucción de nuestro núcleo histórico), deberíamos ser capaces de hacerlo para crear nuevos espacios verdes y mejorar la vida de nuestros vecinos y vecinas.
Nuestras vidas y nuestra salud va en ello.